Madrid, 18 de mayo de 2013. Día
frio, con aire y tormentas cortas pero frecuentes. Con esta situación
meteorológica tenía lugar la tarde más esperada por toda la afición. Todo el
mundo –tanto los que tienen más afición como otros que tienen menos- estaba presente ayer de la que se consideró la
tarde más importante del año. El torero llega con tiempo a la plaza y se mete
en la sala de los toreros a descansar y procurar estar lo más tranquilo
posible. Me gusta la sala de los toreros y me gusta que la utilicen, porque
sinceramente, en el patio de cuadrillas hay gente que no sé porque están ahí.
Entre el cartel de fondo de publicidad, los que están allí por estar y el
agobio de los fotógrafos, debe ser un momento bastante incomodo para un torero.
Pero no me quiero enrollar
contando esto y voy a ir al grano. Lo visto ayer en el ruedo venteño me pareció
lamentable, un espectáculo pobre, triste, encaminado desde el principio al
fracaso… no tengo la palabra que me lo defina de manera concreta, pero la
sensación que se vivió fue muy mala. En primer lugar, la corrida de Victorino
fue muy mala y no hay justificación alguna sobre los toros de ayer. Estaban en
el tipo de la ganadería con unas hechuras y trapío propio de este hierro, pero
claro; sin fuerza, casta (ni siquiera de la mala), bravura y transmisión.
Quitando el tercero que en la muleta se entregó, los demás no valieron para
mucho. Ahora bien; a los toros malos también se le pueden cortar las orejas. Y
es aquí donde entro a valorar la actuación de Talavante.
El extremeño llegó bien vestido y
bien “liaó” pero lo que llevaba dentro, en su alma y en su mente, era distinto
a la belleza que le vimos por fuera. Vi a un torero apagado, sin ganas de triunfar,
frio como lo tarde y sin ganas de conectar con el público. Ni un brindis, solo
un quite ajustado por chicuelinas, flojo en cuanto al repertorio artístico y
muy perdido a la hora de darle lidia a los albaserradas. No digo que toda la
culpa sea suya, pero si tengo bien claro que de manera activa no hizo nada por
triunfar.
A modo de conclusión me quedo con
una idea: “tanto monta, monta tanto”. Creo que ambos protagonistas de la tarde
tienen culpa y ninguno de ellos en concreto tiene más culpa que el otro. Ahora
bien, la culpa es estrepitosa porque manda narices el petardo que vimos ayer.
Todos aquellos que tratan de defender a toda costa al diestro creo que no le
están haciendo ningún favor. Me refiero a la prensa mediática que tanto asco y
tanto odio voy teniendo cada día sobre ellos. Aquí no puedo escribir lo que
pienso verdaderamente de algunos “defensores de la fiesta” porque sería un poco
fuerte, pero vamos, se lo pueden imaginar ¿verdad?