Hoy escribo otra vez de Julio Aparicio. Van a pensar que solo hay un torero en la feria, pero a fuer de sinceridad, lo que más ha llamado la atención -no para bueno- ha sido él. El otro día critiqué duramente al torero por su actuación -desactuación también puede llamarse- en la que argumenté una serie de motivos por los cuales no deben darse este tipo de actuaciones.
Hoy tampoco vengo a negar lo mismo. Lógicamente bien no ha estado. No hay que ser una eminencia para saber que no ha toreado bien. Si es verdad que ha empezado mejor que el otro día. Ha toreado algo más con el capote a cada uno de sus toros pero en el cuarto de la tarde -cuarto bis-, ha estado bastante mal. Hasta ahí todo normal. Pero lo que más me ha llamado la atención y me ha causado una sensación extraña por la tripa ha sido el momento en el que el diestro sevillano se corta la coleta. Lo digo porque justamente este sábado tuve la oportunidad de pegar unos pases a una becerra y no pude. No puede porque no soy torero y no tengo una virtud que todavía no se vende en Mercadona, Corte Inglés o Carrefour: el valor.
El valor es esa virtud que diferencia de los toreros a los demás. Los futbolistas, cantantes, actores, bailadores no tienen que estar delante de un animal que no sabes a ciencia cierta si va a ir a la muleta o van a ir los pitones a pinchar la femoral. Eso es lo que difiere los toreros de las demás personas a primera vista.
Hoy Julio Aparicio ha demostrado ser torero. Ha demostrado tener VALOR de cortarse la coleta delante de 23.000 personas y en la primera plaza del mundo. Ese detalle, nada desdeñable, me implica reconocer mi más sincero reconocimiento al sevillano. Espero que recupere pronto el ánimo y que sea recordado por todos los aficionados de Madrid los buenos momentos que ha dejado el sevillano en el diestro madrileño, en especial la faena de dos orejas al toro de Alcurrucen en 1994.
Ánimo Maestro.